25 de enero de 2011

el chiste de saberse un pelotudo

Lo que uno es y lo que uno quiere, son, por definición, enemigos. Aceptar este hecho es la fatalidad.
Esporádicamente, la vida activa reflejos encarnados tan profundamente en uno que se manifiestan en arcadas, recuerdos mini-vomititos, contracción involuntaria. Preocupaciones pueriles, hijas de la categorización humana. Prejuicios que decantaron en dogmas, que ya emanan desde adentro. Rebote. Inevitable. Toráxico. De uno.
Es que uno es nadie...
Lo que uno entiende por "pelotudo" no es lo mismo que entiendo yo. Por pelotudo, puede ser, pero entiendo otra cosa y me reservo el derecho a sospechar que usted, lector, cuando le dicen "pelotudo" entiende otra cosa totalmente distinta de la que entendemos uno y yo. Pero lo que tiene que entender, lector, es que usted también es un pelotudo. Como yo, o no tanto. En cualquier caso, no es tan grave, le aseguro. Lo que es grave, sin embargo, es que uno le está rompiendo el orto, lector. A lo mejor no es uno y es fulano, pero sino es fulano es alguno, de ahí no sale.
Porque uno es todos...
Yo, lo tengo bien claro, soy un pelotudo. No sé si para todos, pero para uno seguro. A lo mejor ese uno es usted. No importa. Lo que importa, sin embargo, es que uno me está rompiendo el orto. Y si ese uno fuera usted, amigo mío, vamos a tener un problema. Pero qué dicha! Quien pudiera tener un problema con usted en lugar de una relación carnal con un sujeto tácito.
Uno es todos con la cara de nadie.
La que queda es hacerse cargo o pasársela al arquero. Yo me llamo Alejandro. El chiste, para mí, dice así: El hombre, cuando se sabe pelotudo, deja de esforzarse por no serlo y se dedica a sacarse cuanto le han metido...
Es de esos que no hacen reír. A veces pasa...

Me arrepiento de todo

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