Facebook me sugiere de amigo al coco San Esteban. Me termino el nesquick y salgo. En la parada del 152 me doy cuenta de que me olvidé la mitad de lo que tenía que llevar. Salgo por segunda vez y decido cambiar de colectivo. El 59, sabiéndose segunda opción, me trató un poco peor de lo que merezco. Pasé por una bonita manifestación frente a la cgt y nos clavamos dos semáforos atrás de un conductor primerizo con serios problemas para poner primera y hacer andar su renault camionetita, como esas spazio que usan de flete. Al bajar se rompió la correa de la funda de la viola y la misma cayo sobre el asfalto. Pasé por lo de mimí y le di un abrazo. Me comí una mondiola en sanguche que estaba para chuparse los dedos y dejé solo el coquito del pan. Con la inestimable compañía de mi amigo personal, a quien, por ser complejo, dejaremos al abrigo del anonimato, quemamos la tarde inmersos en la díficil tarea de las canciones. Cuando hubo sido la tarea concluida me invadió un cansancio fulminante. De esos cansancios que hablan de días y años al acecho. Me fui a mi casa, me comí un pollo al espiedo con papas rejilla y, ya metido en la camita, vi el partido de velez. A pesar del profundo desprecio que me une a la pandilla de liniers, festejé el penal que le cobraron al burrito Martinez y tuve miedo de que Silva lo marrase. Silva lo marró y velez quedó afuera. Me di vuelta y me dormí, con sorprendente facilidad.
Por callao, volviendo a mi casa, me crucé con una pareja que venía discutiendo. Pensé que su discución era, en si misma, un eufemismo de inseguridades torturantes. En mi cuarto, mi hermano y mi viejo miraban sorprendidos el televisor. Jugaban Boca y River. Se había armado un tumulto, entre medio del cual Palermo bailaba con el pochi Chavez, moviendo los hombros caribeñamente. JJ los quería matar. Parece que un utilero de boca había asesinado a un juez de línea o algo así y estaban pasando su biografía en pantalla dividida. En mi baño había un desastre de fecales características. Ensayando en discurso interno mi despotrique por el regalito, que versaba de la consideración y la falta de ella, fui al baño de mi hermano. Sobre el inodoro encontré un pantalon mío. Sobre el jean había escrita una nota que había escrito yo. Debajo del pantalón, el inodoro mostraba lo que quedó del bombardeo. Tiré la cadena y ordené mis cosas fundamentando para mi las diferencias de buen gusto y decoro que separaban un desastre sanitario del otro, con claros favorecimientos de civismo para el que había dejado yo, que aunque sea tenía una notita. Afuera estaba la cancha del campo de deportes al que iba de purrete. Desde allá nos llamó una amiga de mi hermana que no conocí nunca. ¿Pizza, empanadas o rotisería? Decidimos empanadas. Ahora la discución era de dónde pedirlas. La amiga de mi hermana trajo, a pesar de la protesta de mi hermana, un tapper con 6 empanadas, 3 de una rotisería, 3 de una especie de dietetica gourmet palermogólica para que decidieramos de cual pedir. Había dos de pollo, dos de carne y dos de jamón y queso. Me hizo probar la dietetica de jamón y queso. El queso era como un pan aireado, pero estaba riquísimo. Nos sentamos todos a comer en una mesa larga en el parque. Se sumaron a la comilona varios hombres vestidos de estoy jugando al fútbol. Un viejo morocho con manos de obrero y gorrito de cancha se paro frente a todos con su guitarra y empezó a cantar canciones de los redondos que, claramente, no conocía. Yo, desde mi lugar, lo ayudaba marcando las notas con mi guitarra. El tango que ocultamos mejor, del que preferimos no hablar. La gente hacía coritos. Al lado mío, una señora boliviana me miraba con ternura y tarareaba. Súbitamente, todos empezaron a elongar y a rumbear hacia la cancha. El obrero guitarrista se quedó hablando con un brasilero con pinta de buen jugador. Me acerqué y vi que el brasilero le estaba cobrando su tajada de la guita recaudada en la guitarreada. El brasilero me miró, me dio la mano, me agradeció el salvataje y me dijo que la próxima vez iba a haber un mango para mi. Después me invito a jugar a la pelota y fuimos hacia la cancha. Las plateas estaban llenas de gente que hacía bullanga. Desperdigados por el campo, elongaban Palermo, Chavez y un par de luminarias que me guardo para mi. El partidazo era inminente. Estaba feliz, como un niño.
Abrí los ojos a las 5:06 am. con la pija dura como una roca y un antojo incómodo de cocacola y cigarrillo. Me puse el jogging y me senté a escribir esto. Volver a dormir va a ser imposible.
Cariños.
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