Estaba sentado enfrente de la bond street con un escritorio en la vereda y mi mac mini (que está a la venta). Mi hermano pasó tocando el ukelele. Estaba desafinado así que se lo arrebaté para afinarlo. Afinando la cuarta, alcé la vista y te vi. Andabás con un salamín de corte europeo, mirando vidrieras. El salamín no era mi amigo puto. Debías seguir soltera. La calle, de pronto, se llenó de gente. Vos te enroscabas en un pañuelo parecido al que encontré en la calle hace unos días. Me levante para mirarte de cerca. Te tuve a unos metros y me di cuenta de que no tenía nada que decirte, que no tenía nada que preguntarte, que no me interesaba nada de vos ni del muñeco con el que estabas. Me había parado para nada. Volví a mi escritorio. Un gordo de pelo ceniciento guardaba en una caja parte de una estructura de plástico que yo estaba usando para proteger la computadora del viento. Qué hacemo', gordito? El gordito, sin mirarme, dijo que esto sale como pan caliente y, ayudado por otro gordito al que no le vi la cara, se alzaron una caja y se la llevaron hasta la entrada de la galería. Miré la computadora y vi que se habían llevado todos los cables. Seguí a los gordos hasta la galería y los vi dejar la caja en el piso. Abrí la caja. Adentro estaban mis púas, los cables de la computadora, la mencionada estructura y mi campera verde militar. Agarre todo torpemente y encaré otra vez hasta mi computadora. Cuando llegué me encontré con un renault 4 celeste tripulado por el gordo ceniciento que había enganchado mi fiat 128 y estaba llevándose mi computadora adentro (no sé cómo llegó mi compu adentro de un 128, que no sé cómo llegué a tener en mi poder y a saber mío. Soñar, viste!). Solté todo menos el transformador y, corriendo como un loco por Rodriguez Peña atrás de mi fiat, lo usé como voleadora/látigo-de-indiana-jones. Revoleé un par de veces y solté, certero, el transformador en vuelo hacía mi 128. El impacto rompió el parabrisas trasero con tanta buena leche que el transformador se enganchó en la luneta. Trepé por el cable como un bruce willis cualquiera, arrastrando las rodillas por el asfalto y llegué al auto. Me senté en el asiento de conductor, le di arranque en segunda. Llegamos a la intersección con la avenida Córdoba y lo pisé a fondo. Los gordos trataron de frenar, pero no pudieron. Empujé el 4 celeste hasta el medio de la avenida y un 132 los agarró justo en el medio. El impacto me sacudió, pero salí del auto entero y con ganas de batalla. Vos me mirabas desde la esquina con cara de opa. Busqué en mi bolsillo y encontré una manopla. Llegué al lado del 4 y saqué al gordito ceniciento semi consciente del asiento de conductor. Lo agarré de los pelos y le bajé dos manoplazos cruzados al ojo. El gordito se tambaleaba. Lo solté y cayó.
13 de junio de 2011
Podríamos ir parando
Estaba de vacaciones con mi vieja. El destino era a duras penas un "destino", la hazaña del agente de viajes, como si te dijera campana, ponele. Paseando por una feria me gustó una chica muy parecida a una chica que no me gusta. Mi vieja me sacó la ficha al toque. La chica tenía una pecera y el pescado saltó al piso. Me agaché, lo agarré y me incorporé sujetando con ambas manos un inquieto sin hueso, frente a una chica con una pecera sobre el pecho que me miraba a los ojos. Solté el pescado dentro, fijándome bien que pasara justo entre sus tetas. Paseamos manteniendo una charla incómoda y esporádica, mientras yo pensaba en pedirle su teléfono. Que no se vaya sin darme el teléfono. Me lo dió. Me sonó el celular. Atendí pero no era para mí. La destinataria del llamado ya había atendido y hablaba de un reclamo por el extravío de una maleta o algo. El hombre del otro lado quería saber si estaba conforme con el tiempo de respuesta del reclamo. La voz de mujer contestó que no. Corté. Mi vieja hacía las valijas. No recuerdo muy bien cómo, me enteré de que te ibas a casar con un amigo al que le gusta la pija más que el nutella. Fui a facebook a buscar las fotos del casorio pero no encontré nada. En el playón de una estación de servicio mi celular sonó otra vez. Mi vieja me dijo que les diga que estamos en la estación y se va al kiosco. Confundí inseparablemente la llamada anterior con esta y calculé que querían devolverme algo que no era mío. Mientras trataba de aclarar la situación me acodé en el capó de un auto a armar un cigarrillo de marihuana. Mi vieja me gritó desde el kiosco que no volvemos en avión, volvemos en bondi. Prendí, pité, le dije a la voz del celular que era en la estación de bondi. No me respondió. Sonó una sirena. Descarté en una alcantarilla. Desapareció. Un abanico me preguntó qué estaba tirando, le mostré. En el piso había un par de billetes viejos de 2 y 5 pesos y un escarbadientes. Levantó todo, me llevó hasta un móvil, me dijo que me calle. Vino uno de civil y mostrando los billetes de 5 y de 2 dijo es marihuana. Pense que me estaban jodiendo. Les dije Me están jodiendo! Cómo me vas a atribuir a mi el contenido de un cacho de papel que es moneda corriente, pedazo de enfermo. Tiene más huellas que tu mujer, cornudo, la concha de tu madre. Estaban decididos a llevarme. Más por lo de cornudo que por otra cosa. No sé como, pero de última zafé.
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