Por un pasillo oscuro se aleja como un gato, desnuda y en cuatro patas. Se oye la voz en off de quien, luego sabría, era su novio y mi compadre - Te vas a portar bien, gatita? - a lo que ella responde, también en off - sabés que sí, mi amor. Su marcha felina, de pasos largos y lánguidos, se detiene en la penumbra violácea de una habitación deshabitada.
La cama, un colchón precario, vestido con un manojo de frazadas viejas, yacía desordenada. El calor se escapaba por todos los flancos y la contractura era inminente. Mi compadre me guió con un gesto hacia un cacharro con mate cocido. Tomé un trago sin degustar el líquido y salimos. Mientras nos abríamos paso, la construcción seguía su ritmo histérico. En nuestro recorrido atravesamos escaleras, pasillos, ochavas, umbrales y angostas curvas. La distribución del lugar era esquizofrénica. Difícilmente podía encontrarse lógica alguna en la utilización de 4 escaleras para desandar los 6 metros que separaban el baño de la cocina.
Llegamos a un pulmón con un andén y 3 escaleras caracol ladeando una vía sin durmientes. Mi compadre se puso una corbata de vincha - Vamo a mover, buacho! Quedate piola. Una suerte de pre metro se detuvo frente a nosotros. Él subió. Me quedé piola y subí atrás de él. Una voz en off comenzó a relatar la sinopsis de una película sobre la vida de un loco querible, rebelde, apático y resuelto a ignorar las formas del protocolo y la etiqueta. Mi compañero, con la corbata de vincha, estaba parado enfrente de una flaca tetona que se apoyaba contra la puerta de la formación y le miraba fijamente y sin el menor disimulo el pronunciado escote. Ella parecía tomarlo como un halago y no hacía gran cosa por impedirlo.
El compadre me hizo un gesto sutil. Bajé de la formación en un pasillo circular. Las paredes estaban revestidas con terciopelo salmón y las luces cenitales generaban una atmósfera sofovich. Todo era medio rancio, medio erótico, medio garca. Contra una de las paredes, una barra de aluminio, sobre esta, un limón, detrás de esta, un mozo francés. Me acerqué y me acodé en la barra. El mozo se posó frente a mi, mediando entre nosotros una fría barra de aluminio. Me pidió que le pida algo. No le pedí nada. Se quedó mirándome un rato, sin gesto. De pronto pareció muy enojado y sin apartar los ojos de mi, le dio un tarascón al limón. Un militar corpulento se acercó a nosotros. Con desdén arrojó un trapo sucio en el rostro del mozo. Este, sin ensayar la menor protesta, se dispuso a fregar enérgicamente la barra, con una sonrisa nerviosa en el rostro.
El milico me miró a los ojos con sus ojos muertos y me dijo, con voz de gigante - Estos franceses son todos putos. Dejé en la barra 40 billetes de 10 pesos y me fui.
Había un recital en curso. La plaza, enorme, el escenario, aunque techado, precario. Sobre el techo, dos inmensos parlantes. Yo tenía miedo de que el techo colapsara y los parlantes se cayeran. Estaba parado en la plataforma de sonido, que constaba de una humilde mesita en medio del pasto, donde se alojaba una consolita de pie y un par de sillas. Terminó de tocar no sé qué banda super grossa y la multitud apretujada se dispersó levemente. Un reloj dio las 12 y a la mesa de sonido, micrófono en mano, subió Jairo para entonar el himno nacional. La multitud apretujada mermó raudamente. En medio de su interpretación, Jairo se agachó y corrigió el nivel de agudos en la consolita. El sonidista le dedicó una cara de orto tan categórica que la onda expansiva casi me tira de la mesa. Desde esa corrección, la lamentable interpretación del avejentado cantante tornó en insoportable.
Terminado el himno patrio, me di cuenta de que frente al escenario no había nadie y fuimos para allá con un amigo. Conseguimos sin esfuerzo un puesto en la primera fila, acodados en la valla. La valla en los recitales es generalmente de fierros y juntas. Esta era una madera balsa de indecible flexibilidad... casi como un trampolín. No me muevo de acá ni a patadas en la nuca, me dijó el gomía mío. Salió a escena una banda de mocosos. Eran como 14. Tenían un nombre de esos que son tres letras, modernos, BMX, HIV, JPP, alguna imbecilidad por el estilo. Tocaron dos acordes y se armó un poguito moderado. Un brazo me calzó abajo de la axila y me separó de la valla, haciéndome girar violentamente. Respondí a la agresión por impulso y, clavando los talones en la tierra, tiré mi cuerpo hacia atrás, enganchando mi otro brazo en el antebrazo del agresor. Lo hicé girar y él repitió su maniobra primera, haciéndome girar nuevamente. Yo arremetí y giramos otra vez.
El ciclo de tirón contra tirón se repetía estúpidamente. El tipo, en un momento, me dice Alto pogo, vieja! a lo que le contesto que Me parece que somos los únicos dos idiotas dando vueltas, mencho. Me soltó sin avisar y salí volando. Algo amortiguo mi vuelo y aterricé sobre mi codo, a algunos metros de ahí. Alcé la vista y vi una rubia flaca y tetona tomándose la cara. Aunque físicamente muy mejorada, era Zulma Lobato, amigos, no cabían dudas y al parecer me había amortiguado el vuelo con la trucha, provocando el arrancamiento de sus cuatro teclas frontales. Parecía bastante ofuscado el viejo bufarrón y se me vino encima al grito de Ahora, mínimo, me ensartás. Bizarra sensación, el forcejeo con un travieso viejo, de enjundioso y potente grip, en medio de un recital de una banda de ska punk. Bizarra sensación, ver al mismísimo Zulmo lobato (Zulma sin peluca) observando embelesado el forcejeo que su alter ego mantenía con un servidor. Zulma, mirá quién está ahí! - grité, dando sendos pasos atrás. El Zulmo y la Zulma se perdieron en los ojos del otro. Él, con amor, ella con la lascivia de un grillo hembra. Iniciaron una espástica carrera hacia el otro y se encontraron en medio del parque. Los besos de lengua más horripilantes que pueda imaginarse una mente enferma son un bizcochuelo de chocolate al lado de la aberración de la que fui testigo. La Zulma y el Zulmo, en nauseabunda comunión de semén y hormona de laboratorio, se besaban en el pasto. De pronto, los ojos de Zulma se inyectaron de tensión. Oscuro salvajismo emanaba de sus cuencos y con una macabra sonrisa hincó los colmillos en la frente de su masculino. El Zulmo, en shock violento, paralizado por el miedo, no ofreció resistencia y aceptó su fatal destino con resignación. Zulma, horrorosamente parecida a gollum, se entregó a una orgía de tripas y franela desgarbada, dando fin a su contralor masculino y recibiéndose de mamita canibal. Y así, samigos, es como nacen los travestis.
2 comentarios:
una remembranza de nazareno cruz y el lobo en plena escena amorosa en el descampado, pero trans.
Incesto trans.
Pobre LF, qué mal lo representamos...
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