Un buen día (y buen día es un decir) sonó el timbre de su casa. Con premura y alegría acudió al llamado, sin sospechar que el visitante era un moreno, ancho como un ropero, de nombre Rogelio y dueño de una marcada vocación por el reparto de masa y la exploración tripera.
Trémulo y pavoroso, le ofreció algo de tomar. Rogelio acepto un tecito con limón. Notó Rogelio, al tiempo que terminaba su té, que había un banderín de River Plate colgado en la pared. En su rostro sobrevino una mueca de maliciosa satisfacción y exclamó con voz de gigante: Llegó el gallito de morón, pedazo de amargo!
El resto, samigos, es definitivamente violento y muy triste.
No sean pelotudos, nomás!
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