El hombre seducía con toda la delicadeza que tenía a su alcance. Invitaba cosmopolitans, iba al cine a ver películas idiotas y compraba pochoclos de los grandes, abría puertas de taxis, boliches, baños, ascensores, se reía de chistes malos, pasaba por alto defectos y bajezas personales y miraba fija y cálidamente a los ojos durante largos minutos, como si aquella mujer fuera lo ùltimo que quisiera ver. Armando, siendo un tipo bien formado, no atractivo pero ciertamente no feo, solo salía con mujeres horribles. Consideraba que el amor era un juego de a dos, donde el que juega para perder, pierde, dolorosa y definitivamente, por lo que prefería elegir rivales débiles y asegurarse una victoria holgada.
Armando estuvo 3 años viviendo en concordia con un tanque australiano de nombre Azucena. Una noche, durante los ejercicios del querer, Armando le aplicó a Azucena un gancho izquierdo en la oreja. Azucena, ofendida, intentó comérselo, pero solo pudo masticarlo en los bordes. Seis meses después, Armando recibía el alta y salía del hospital siendo un hombre soltero.
En adelante, pensó Armando, sería prudente asegurarse y testear la sumisión mediante un chirlo suave. Así, en medio de sus citas, mientras la agasajada disfrutaba de un cosmopolitan, se clavaba un balde de pochoclos, subía un ascensor o estaba contando un chiste malo, Armando, sin razón aparente, le cruzaba un impecable sopla moco. Por qué me pegás así? - preguntaba la chica, sorprendida. Porque sos fea como la mierda - contestaba él, con total naturalidad. Anda a la concha de tu mamá, enfermo! - era la frase habitual con la que se despedían de Armando para siempre.
Un martes, en un bingo, luego de meses colmados de fracaso, la conoció a Aidé. Aidé era un monigote buenudo con bigote y estrabismo que decía a todo que sí. Aceptó un cosmopolitan aunque no había tomado jamás, se dejó abrir la puerta de un taxi, a pesar de estar en un colectivo y no tener lugar a donde ir, contó chistes malos que no sabía para dejar que Armando se ría, en fin. Armando pedía, Aidé proveía. De la nada, schiaffo al colmillo! Por qué me pegás así? – preguntó Aidé. Porque sos fea como la mierda – contestó Armando. Aidé caviló unos segundos y, encogiéndose de hombros, le dio la razón. Contra la verdad no hay nada que hacer, no? – dijo, sonriendo tímidamente. Armando sonrió satisfecho y se la llevó a su casa.
Llevaban un año viviendo juntos en un coqueto mono ambiente de Lavallol cuando Aidé conoció a Mauricio. Mauri, encandilado por su encanto rural y su despojo de protocolos, le ofreció un trabajo comandando el sector cultural de un proyecto personal que llevaba a cabo con un par de amigos suyos de la secu. La única condición era que se dejara de hacer cagar a palos, pues el morado, amén de combinar con el amarillo, no era un color para llevar en la cara. Aidé, que a esta altura era una bolsa de carne con ojos, se tentó con la propuesta y se la acercó a Armando. Este respondió con un soberbio revés de sartén al mentón. Aidé le contó a Mauricio el episodio y Mauricio, raudo y veloz (raro en él), con un mensajito de texto desde su black berry dispuso que un menor fuera plantado en la slipeta de Armando. Y así fue nomás. Armando despertó de su siesta rodeado por la policía metropolitana, con Horacito, el hijo de un colaborador de Mauricio, incrustado en su slipeta y así, de la noche a la mañana, se encontró viviendo en el penal de Olmos, donde ya es puta de preso.
Este es Lalín, a mi no me jodan!
1 comentario:
ya estas para un cuento porno presidiario con ribetes romanticones ...brillante!
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