31 de enero de 2011

uno dos tres

Ya había pasado antes. Tus rulos rubios mojados en mis dedos. Se decía mucho "hacer cagadas". Quizás las cagadas fueran las nuestras, quizás las del mundo, no importa. Era de tarde y podíamos caminar fuera de aquel viejo edificio. Prendiste el último cigarro, me mostraste con ternura los dientes y caminamos tomando y soltándonos las manos. En el boulevard del medio de una avenida doble mano, no sé muy bien cómo, supiste que tu novio, tu pareja, tu compañero, tu disminuido en vibra, tu quién sabe qué, con su auto, iba a pasar. Cruzando la avenida le di una última pitada al último cigarro. Subí una escalera y me senté a mirarte en un balcón galería. Cuando estuve sentado pasó un auto gris, o verde, o marrón, o quién sabe qué color. No alcancé a escuchar nada. Vos no dejabas de bailar.
Por fin se reanudo el tránsito, que parecía estar parado hace siglos, y el auto de quién sabe qué color avanzo con él, alejándose. Viniste conmigo a la galería con vista a la avenida. Me saludaste con un beso y empezaste a cantar, haciendo percusión con tus uñas sobre tus aros. Quién sabe dónde encontraste un skate. Recorrías la galería punta a punta, recostada sobre ruedas, golpeando tus aros con las uñas, cantando. Suave propulsión talonaría, recorrías el largo de la galería sonriendo a mi lado en cada pasada. Me acosté y te esperé con el codo en el piso para frenarte. Me llevaste puesto. Flotaba. Flotaba y te oía cantar, de un lado al otro de una galería con vista a una avenida, perdido en tus ojos azules que saben mirar profundo.
La avenida seguía ahí. Supongo. No volví a mirar.
Me lavé los dientes sintiéndome un estúpido.

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