Todos, todas, perdemos el tiempo. Pensando en hacer algo, en no hacerlo, en qué pasaría o dejaría de pasar si hiciéramos o dejáramos de hacer tal o cual cosa, cómo ser sacar (o no) la basura, decirle (o no) a la kiosquera que nos fascina su modo de andar y la manera en que siempre, pero siempre, entrega el vuelto con la misma sacrosancta presición: los billetes ordenados por valor, el mas alto afuera y el mas pequeño adentro, y la cara del procer siempre mirando para adentro, con la frente al norte. Nos inmolamos en la duda de llamar o textear o mailear al vecino de un primo, al ex-jefe, al dealer, al pibito que nos saca a pasear al caniche, en fin. Perdemos millones de segundos, que hoy en día, según dicen, valen su peso en oro (y cuánto pesa un segundo, no? Qué profundo todo esto), perdemos, decía, tanto tiempo en recalcitrantes sandeces, que me nace una duda, me nace: qué filósofo, de qué exótica nacionalidad, emparentó el total e irreparable desperdicio de segundos, horas, minutos y demás medidas de tiempo a la íntima, nunca bien ponderada y hasta criminalizada y penada con eternidades de tormentos indecibles, manualidad que se le otorga a las partes bajas, siendo estas, indistintamente, el pene propio (de uno, no un pene que se llama "propio") con sus respectivos testículos o una vagina propia (también tuya, paula). Y por qué, che? No hay cosas peores que hacer con el tiempo que toquetearse para no perder la costumbre? Por qué si tu jefe te ve faltando a tu deber, inmediatamente vocifera un "Flaco, pará de hacerte la paja!", siendo que "Deja de ver casi angeles o te meto un squiaffo" pareciera ser una reprenda por lejos más efectiva? Qué cosa, che. no le encuentro la vuelta, no le hallo. Quévasé!
Bueno, era eso. Iba a escribir más, pero me distraje y se me bajó.
Este no está al pedo.
Es casi una lucha!
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