Me quedé dormido, mastiqué el onírico mal trago, me bañe apurado, me vestí sin ganas y me dispuse a salir. Toqué el botón del ascensor y paré la oreja. Hago esto, parar la oreja, para adivinar si el ascensor viene lleno o vacío. Generalmente adivino bien y cuando lo siento lleno me corro al otro ascensor y viajo solo. Es una pelotudés, se sabe, pero cada pelotudo hace las pelotudeces que le son propias.
Paré la oreja, decía, y escuché el ruido de las puertas. Aunque casi convencido en mi cabeza de que era una secuencia de salida (primero se oye la puerta de adentro, luego la de afuera), algo, en un nivel más sensible, me decía que me tome el otro ascensor. En medio de esa discusión sensible-racional llegó el ascensor y acepté el destino. El ascensor estaba habitado por una señora muy mayor.
- Buen día, señora - dijo el pelotudo.
- Buen día - contesto la señora.
Me miré en el espejo, con cierto gesto de acidez, y me corrí el pelo de la cara. La señora me sonrío y me dijo Estás lindo. Las chicas te van a querer igual.
Me dieron ganas de llorar.
El algo sensible tenía razón.
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