4 de marzo de 2011

De lo fácil que es irse al re carajo...

Uno tiene límites y estos límites que uno posee están íntimamente relacionados con sus capacidades. Uno observa en la medida que es capaz de asimilar (y el resto pasa de largo), come en la medida que es capaz de digerir y peca en la medida que puede perdonar. Esta dialéctica que se da entre lo que uno hace y lo que uno puede hacer va sufriendo alteraciones con el tiempo pues, física y lógicamente, los límites y las capacidades van cambiando con uno. En ese darse cuenta esta presente esa misma dialéctica con idénticos interlocutores: Uno se da cuenta en la medida que es capaz de aceptar el paso del tiempo y va aceptando el paso del tiempo a medida que se da cuenta. El resultado de esa dialéctica, cuando la capacidad de aceptación es reducida, impera y opera sobre la dialéctica primera, haciendo que uno de los interlocutores empiece a gritar (la capacidad), agrandándose, y el otro empiece de a poco a bajar la voz hasta achicarse en el más absoluto de los silencios. En esta tangente, imaginemos por un momento una vida en la que el límite no hace advertencias. Un escenario en el cual un flaco se sienta a la mesa a comer puchero, no advierte el momento en el que su estomago se colma (pues su límite permanece en silencio) y continua con la ingesta hasta engordar, engordar morbosamente y eventualmente reventar. El cinto, las medias, los calzones y la camisa, siendo elementos no simbólicos, no metafísicos, advertirán de sus respectivos límites crujiendo y deshilachándose, pero el cuerpo, que tiene alma, ensordecido por el griterio de las capacidades, hace caso omiso de los límites.
En un escenario menos exagerado (mas no menos metafórico), un hombrecito se mete de cabeza en el ancho mar de la pena. Envalentonado por los discos de the cure y el bizarro ideal de dignificar amor con lágrima, bracea sin descanso en pos del horizonte. En sus años mozos, ha trascendido rompientes, pozos y bancos de arena sin despeinarse (siendo harto difícil mantener un jopo cuando se nada). Los años mozos son hoy un recuerdo y el hombrecito, con calambres pinchando y adormeciendo sus brazos y sus piernas, no consigue ver la playa. Porque, claro, uno va en la medida en que puede volver y si desoye su límite, Oh! macana, está condenado a naufragar.
Por eso, amiguitos, en esta víspera de fin de semana largo, sinónimo internacional de caravana, exceso, chocolate y cocha golda, os digo: Si vais a meter los pies en el barro, háganse la gauchada de medirse, que la falopita es gritona y el límite es un gordito timidín. Ok? Ok, un beso.

Moderación es diversión!

1 comentario:

relojero dijo...

touche!