La punta de la lengua va a su encuentro
compulsivamente
torciendo la mandíbula y el bajo paladar
encimando en la boca de la garganta
un nudo de ganglios, nervio, saliva y acidez.
Un hombre mayor con un yeso en el brazo
aguza la calma de sus ojos tratando de encontrar
a través del aumento de sus lentes
indicios de alguna cosa
en la gris atmósfera de tubo incandescente.
Solo dura un instante.
Un joven oficial le da charla al chofer
que en su apatía echa mano de su catálogo de lugares comunes
y doblando hace sonar su bocina
para despejar dudas
y afirmar la intención
del fino que le hace a una moto
estacionada en la esquina de Viamonte y Uriburu
a la vera de la cual
una pareja se besa.
Un niño grita para enervar a su madre
que se enerva
y lo chista
y le pide que pare de gritar
y el niño ríe
y el niño calla
y el niño vuelve a gritar sus no palabras
como advirtiendo a quien tenga que saber
que estas no son horas
para que un infante viaje a ningún lado en 101.
y yo vuelvo a ser esa nada que va en colectivo
pensando en hacerse romper algo
para que el tallo de la herida asome
y alguien, por fin, lo considere.
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